He vuelto casi cada año. Durante años he vuelto, he jugado, he corrido por el paseo marítimo, he jugado al rugby por la noche, he tenido besos a escondidas en las rocas, primeros tocamientos en la arena de noche, he cantado, reído, aprendido mil palabras, dado mil consejos, recibidos dos mil. Hubo veces que me enfadé, que me aburrí, que me sonrojé. Guerras de globos de agua, noches de cine de verano, escalada al peñón, paseos por los puestos hippies, leyendas de princesas y tesoros del rey moro...

Hoy he vuelto. Por primera vez en octubre. Me he sentado en el paseo y estaba vacío. He visto la gente que durante casi tres décadas he visto pasear pero no había nadie. Me he visto a mi misma, de adulta, con un traje de chaqueta negro de raya diplomática que he cambiado por los bañadores que me compraba mamá. He tenido la sensación de vacío y soledad más grande que jamás tuve. Me he hecho mayor y he llorado de nostalgia.